El cine mexicano, como el de todo el mundo, nació con una irradiante luz sin destino, ni futuro. Esa luz carecía de obscuridad para volverse imagen y de una pantalla para al explotar ahí, convertirse en cine. Desde entonces más de un siglo ha pasado en el que las películas buscan afanosamente, como huérfanas, su hogar.

En México, su primera pantalla fue una droguería, sólo aquí podíamos concebir el cine como un espectáculo para valientes e intrépidos proyeccionistas que supieron ver en el cinematógrafo su belleza, su magia y su inagotable posibilidad para hacer de este mundo uno con más ilusiones. 

La historia de las salas de cine está llena de aventuras, a veces, mucho más interesantes que las de las películas que proyecta. Sí, porque hacer una sala requiere de héroes y heroínas, de noches y noches de trabajo, de amor, de risas, de tiempo, pero sobre todo de sueños. Porque si no se sueña con una sala llena, oscura y en silencio, llena de miradas que desde sus pupilas delatan la emoción, no es posible construir un cine. 

Hoy 2022, recordamos con tristeza como el confinamiento cerró los teatros, los museos, los cines… las salas volvieron a quedar oscuras, en silencio, pero sin esa luz que se convierte en película. Los espectadores migraron, como los desplazados de una guerra a sus casas, hicieron de ellas un cine. Porque la vida nos enseña, que podremos dejar de salir a vivir el mundo, pero nunca de soñar con él.

Hoy es tiempo de celebrar que podemos volver a un cine, porque ahí no sólo miramos la vida, hay algo aun más bello, estamos en comunión, nos volvemos uno, sin importar quienes somos o de donde venimos, respiramos al mismo tiempo, el mismo aire, recitamos asombrados cuando algo nos sorprende, cerramos los ojos cuando alguien nos asusta y nuestra risa se vuelve un coro. ¿Verdad que es bellísimo un cine?

Por eso hoy también quiero felicitar a KINOKI, por estos 18 años de habernos regalado a miles de seres humanos, lo más bello que se puede entregar: la ilusión. Por si no lo habían notado, desde que empecé este texto he hablado de ustedes, porque hoy que oficialmente son mayores de edad, deben ser conscientes y responsables de lo que han hecho con su público. Ustedes son esos tercos, valientes, intrépidos y amantes soñadores que le dieron al cine de todo el mundo un hogar a donde llegar en uno de los lugares más bellos del planeta, San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Gracias por ese cine que vive en las montañas, por todas las películas que los directores hacemos para ser vistas y que ustedes han recibido con amor. Gracias por las conversaciones trasnochadas y radiales, y por esos atardeceres en la terraza en las que uno habla todo lo que en la sala no se pudo decir. 

Alejandro Ramírez