Fauna es la fascinación por la metáfora y la metanarrativa. Podría decirse que es una película que coquetea con varios conceptos de diferentes obras de arte. Un ejemplo de ello son los tintes rulfescos cuando nos sumergimos en el libro del hermano de Luisa: la búsqueda de la figura paterna, la ausencia de la justicia y el desaparecido. 

La premisa de Fauna va de dos hermanos que sin quererlo, llegan al pueblito de sus padres. Luisa y su novio, un actor secundario de la serie Narcos, se enfrascan en la típica historia de lo incómodo que resulta el visitar por primera vez la casa de tus suegros. Dentro del encuentro se generan una serie de peripecias que terminan con el novio, el cuñado y el padre en una cantina le exigen a Paco actuar sus escenas más importantes. A la mañana siguiente, en la plática entre Luisa y su hermano, ella se interesa por el libro que está leyendo. El libro termina siendo la segunda parte de la película, y sirve como espejo de la primera mitad, dotando a sus personajes de otras características. 

Es en esta segunda parte cuando Fauna se convierte en un juego de roles y máscaras, donde los hilos de los temas tratados se enriquecen al chocar entre sí. La conciencia de una obra metanarrativa nos lleva a un público más activo, la interpretación del espectador rellena una historia inconclusa. 

Algo importante a mi parecer, es la forma en la que la película trata un tema: el narcotráfico. Tema que ha caído en su mayoría en la pornomiseria o los sermones burgueses. Fauna nos invita a terminar una historia que nosotros como mexicanos vivimos, a terminar un rompecabezas donde los roles de la película, terminan siendo roles de nuestra sociedad, tenemos el privilegio como espectador el ver dentro de los personajes qué se esconde detrás de cada máscara. 

Por Carlos Eduardo Pérez López