Hay quienes en la escuela descubrimos que si nos metíamos en problemas perdíamos clase, y aquello representaba para nosotros una ganancia, un respiro. A veces el trayecto podía alargarse desde que el profesor nos mandaba a la oficina del director hasta que él pudiera atendernos o encontrar a alguien que se hiciera cargo de nuestro caso. Podíamos hacer paradas en el baño, podíamos ralentizar la ruta de una oficina a otra cuando nos enviaban portando el mensaje de nuestra pésima conducta. “¿Por qué lo hiciste?” nos preguntaban, y ni siquiera nosotros conocíamos la respuesta, pero quienes vigilan nuestro comportamiento sí que sabían interpretar el motivo de nuestros impulsos, que a veces eran solo una sacudida de tanto y tan tedioso sinsentido. De pronto sonaba el timbre y nos dábamos cuenta de que por alguna razón, esperar en silencio en aquellas oficinas no era tan malo como permanecer en el salón de clases acatando órdenes mecánicamente. Una vez perdido el miedo a los regaños y las miradas de decepción, ser el niño o la niña problema parecía la forma más cercana a la libertad.  

Algo similar sucede con Julie, quien encuentra su tranquilidad al saberse una carga para la sociedad. Una mujer que se niega a tomar parte en un mundo de entes programados para hacer su trabajo mientras contemplan que todo se incendia. Julie conoce las políticas frente a la estigmatización de la locura y decide usarlas a favor de su consigna: quedarse quieta. La protagonista de esta historia recuerda por momentos a Bartleby, el triste personaje de la literatura que es lentamente arrastrado por las consecuencias de su negativa a lo que de forma consensuada llamamos “la vida”. Hay algo distinto en la nueva caracterización del ocio que entrega Elisa Mishto, hay un empeño entusiasta por ser una adulta descompuesta, por no querer funcionar a un sistema cuya disfuncionalidad desfila ante nosotros todos los días.

 

Los trastornos mentales han sido tema de especial interés en el cine desde sus inicios. La institución psiquiátrica es uno de los escenarios predilectos cuando se trata de hacer interesante a una película. Quédate quieta muestra las nuevas problemáticas que aparecen al acercarnos a la propuesta ideal y modernizada de albergue para enfermos mentales. Al igual que otras obras, revela las preocupaciones de una época en torno a la salud mental. El lazo paralelo entre Julie y Agnes, la enfermera a quien ha sido asignada la supervisión de la paciente, hace resonancia también con las protagonistas en Persona de Bergman. La mirada de Agnes, quien parece tener una vida normal, muestra la fragilidad del criterio mediante el cual distinguimos a la locura y a la cordura. 

A través de una mordaz y elocuente protagonista, Elisa Mishto continúa explorando con su tercer largometraje a las enfermedades mentales y el contexto en el que son categorizadas. Quédate quieta es una historia que muestra a la locura en estrecha relación con las expectativas de la sociedad. Conforme avanza la trama el encuentro con el otro se torna en un engañoso encuentro con uno mismo.