Mujer venida de otra tierra, una historia de desarraigo

El desarraigo presume ser uno de los factores clave para comprender el contexto migratorio que vive Latinoamérica en la actualidad. Distintas organizaciones de la sociedad civil que atienden población migrante, programas públicos que buscan detonar procesos de desarrollo social y comunitario juguetean con la idea de fomentar el arraigo en jóvenes de manera que no busquen salir de su tierra. Lo curioso es que, en la experiencia de platicar y reconocer distintas experiencias migrantes, pareciera que, más que un tema de desarraigo, la migración es un horizonte de vida de muchas personas. Es una forma de rito de paso, una manera de probar la valía de la persona, una vía para insertarse como una persona productiva y, sí, también, la esperanza de mejorar los modos de vida tanto personales como familiares. 

El desarraigo podría ser una causa para muchas personas, pero también es un efecto de la migración. ¿Cómo conservar las relaciones significativas con quienes se quedan detrás? ¿Cómo explicar al hijo, a la madre, al hogar, que emprenderemos un nuevo camino? ¿Cómo entender este nuevo camino como un acto de amor y de valentía? Lina de Lima cavila y canta con estas preguntas en la mente.

 El primer diálogo de esta película evidencia no sólo un desarraigo, sino una forma de desterritorialización: Don Manuel parece que ha olvidado que Lina avisó que tomará vacaciones por los festejos de Navidad. No sólo eso, parece dar a entender que, en realidad, no tiene el más mínimo asomo o reticencia de esta información. Así de irrelevantes nos son las vidas de los y las otras. 

El hijo, Junior, a lo largo de toda la película se observa incapaz de generar un vínculo sólido con su madre a tantos kilómetros de distancia. Tal parece que el único momento cercano a una conversación es una serie de mensajes de audio que intercambian quizá por WhatsApp y que, súbitamente se detienen cuando el hijo no obtiene la respuesta buscada. Lina ha dejado de ser la madre y es meramente moneda de cambio. Con lágrimas en los ojos, nos canta Lina, su madre la dejó a ella y, más tarde, ella dejaba a Junior. Y Lina, tan ajena, mujer que viene de otra tierra, prioriza la única forma de relación que puede tener en ese momento con su hijo: nuevamente, moneda de cambio. Cambia sus vacaciones por una playera “original” o por mantener su poder adquisitivo, ese bien insulso llamado “trabajo.”

Lina parece definir su vida en función de las vidas de los demás, como si fuera una extra de película, mientras intenta ser protagonista de su propia historia. ¿Cómo será ser protagonista de la propia película? Lloro, por tenerte, por amarte y por besarte, ¡ay, cariño…! Nunca, pero nunca, me abandones, cariñito, sonaría de fondo como un recordatorio y un clamor a la tierra, a la familia, a sí misma. 

Por María del Pilar Salazar Barrales.